Cuando era pequeña recuerdo que sentí muy claramente que la música era mi camino de vida y lo sigo sintiendo ahora de manera muy fuerte y contundente.

Mi madre dice que desde que tenía tres años yo ya quería subirme a un escenario. Lo que tengo claro es un recuerdo en el que deseaba que algún día el sonido de mi voz alcanzara toda la sala de mi casa. Vivía en una casa antigua del centro de la ciudad de Guatemala, con espacios muy amplios. ¡Imaginarán el tamaño en el que una niña pequeña veía la sala! Creía que era un lugar enorme y deseaba que mi voz resonara en él.

Magda Angélica

Ahora pienso que ese gran deseo de que mi voz alcanzara todo ese espacio, tenía motivaciones más profundas: romper la rigidez, desafiar mis propios límites, trasgredir las normas estrictas que me ahogaban y no entendía, superar la tristeza que flotaba en el ambiente. Quizá esa tristeza y esa preocupación colectiva de la que nadie hablaba por temor en esos años fuertes de la guerra interna en mi país.

En síntesis, buscaba que saliera mi voz para poder sanar, para liberar mi alma.

Esa sensación de romper las cadenas y de ser completamente libre, me sigue acompañando hoy cada vez que canto, cada vez que logro abandonarme totalmente a ese flujo de energía que empieza en mis entrañas y tiene salida por mi garganta. 

Sin buscarlo, cuando empezamos a presentar la música en vivo, en los conciertos, hubo personas que se acercaban a decir que algo había sanado dentro.  Empezaron también a contarme que estaban usando mi música en grupos de mujeres que buscaban sanarse y eso marcó para mí un importante camino, también encontrar cuál es mi lugar en este vasto universo de la música.

Esta idea de que la música sana profundamente el alma humana me viene acompañando desde entonces. ¿Qué la hace tan poderosa? A través de cosas que he estudiado y también desde mi propia experiencia puedo decir en primera instancia que nosotros y nosotras mismas somos música.

Por ejemplo, llevamos un ritmo que nos acompaña toda la vida,  inicia en el vientre de nuestra madre y termina con el último aliento: el latido del corazón. Si te das cuenta, ¡llevamos ritmo dentro! Tómate un momento para sentir tu pulso y vas a descubrir tu propio ritmo, que es único y no se repite jamás.

Ese ritmo, es emulado por los tambores de los pueblos ancestrales y por eso la danza con ellos es tan poderosa, es una forma de meditación.

Por otra parte, la música es vibración, nosotros, nosotras también lo somos. El sonido viaja por el espacio en frecuencias y nuestros cuerpos emiten también frecuencias, las cuales se sintonizan o se rechazan. Es por eso que cuando escuchamos una canción, aunque no comprendamos el idioma, nuestro ser entiende profundamente el sentimiento que esa pieza transmite, porque hay idiomas que trascienden las palabras, uno de esos idiomas maravillosos es la música.

Al producir este nuevo disco, quise centrarme en esta cualidad tan grande que la música tiene, como una abuela que se encuentra nuestros huesos escondidos en la arena del desierto, se toma el tiempo de buscarlos uno a uno, armar de nuevo nuestro esqueleto e insuflar en él su aliento para cubrirlo de piel y darnos nueva vida, como dice Clarissa Pinkola en uno de sus cuentos.

Cuando nuestra alma está fragmentada en el desierto de la tristeza, del sin sentido, la música viene sutilmente a darnos una pequeña luz para tejernos de nuevo. 

Tuvimos varias conversaciones con Francisco Páez, productor del nuevo disco y llegamos a la conclusión de que queríamos enfocar esta nueva producción en hacer música que trajera esperanza a quienes la escuchen. También abrir la puerta al dolor no para que se instale en quién la escucha, sino como una forma de aprendizaje para fortalecernos y seguir adelante con más luz.

Empecé a componer mejor cada canción. Algunas veces las enviaba grabadas con el micrófono de mi computadora con las ideas de la armonía, otras ideas las grabé solamente con mi voz y las envié así. Fue en estas últimas canciones donde Páez descubrió que naturalmente estoy afinada en 432 Hertz. ¡Eso fue para mí una enorme revelación! Ahora les cuento por qué.

Mencioné anteriormente que el sonido es frecuencia, que viaja en el espacio, las frecuencias se miden en Hertz. Seguramente has escuchado sobre el famoso “440”. Esta es una medida que se usa como una convención para la afinación de instrumentos en la cultura occidental principalmente y que corresponde a la nota “La”. ¡Pero no siempre fue así! Resulta que hay muchos instrumentos en otras culturas en los pueblos ancestrales y también en instrumentos occidentales previos a la segunda guerra mundial que están afinados en 432 Hertz.

¿Y qué pasó entonces? Según estudiosos de la materia, fue en 1953 cuando la Organización de Normas Internacionales, ISO, aprobó la convención de unificar la afinación musical en 440 Hertz, que recientemente se ha estudiado que provoca una reacción de desequilibrio e incomodidad en el ser humano, además que provoca el aislamiento y una conducta anti social. Todo lo contrario sucede con el 432 Hertz que genera armonía, equilibrio y es exactamente compatible con la matemática universal.

¿Por qué se querría provocar intencionalmente desequilibrio y aislamiento en las personas? Porque así es más fácil manipularlas. Hay teorías que afirman que previo al acuerdo de 1953, la afinación 440 empezó a usarse durante la segunda guerra mundial como parte de los experimentos de propaganda para la manipulación de las masas.

¡Imagínen lo que sentí al saber que naturalmente mi voz está afinada en 432!

Luego de estar expuesta toda mi vida a la afinación en 440, de cantar con instrumentos en esa afinación, grabar en estudios, hay algo de mi esencia que ha resistido y que insiste en estar en armonía. Es lo más sagrado que tengo para expresar la música: ¡Mi voz! ¡Mi propio instrumento!

Que alguien finalmente me lo dijera, fue para mí extremadamente importante porque eso fue una confirmación de que jamás podemos perdernos del camino de nuestra profunda esencia, de ese sendero que venimos a recorrer a este mundo. Muchas veces yo me lamenté porque pensaba que malas decisiones en mi pasado me habían hecho perder el camino que deseaba desde niña. Me castigaba por lo que consideraba errores imperdonables.

Esto me hizo ver que es imposible perderse del camino del alma y todo lo que ha sucedido hasta hoy es parte del mismo, nada podía haber pasado de otra manera. Cada alegría y cada dolor, cada cicatriz son parte del camino, de la persona que soy hoy, de la fuerza y la madurez que he podido alcanzar. 

Así que decidimos grabar todos los instrumentos y todo el disco en afinación 432, con el profundo deseo de generar espacios de esperanza, armonía, alegría y luz a través de las canciones. De verdad espero que cuando escuchen las canciones, ellas les lleven pequeñas chispas de fuerza y la certeza de que estás en el camino de tu alma.

Con todo mi amor va para ustedes lo mejor que puedo dar al mundo: mi música.