No sé cómo fue que supe que la música iba a ser una constante muy fuerte en mi vida. Mi madre dice que a los tres años en un viaje a Quetzaltenango fue la primera vez que quise subirme a un escenario. Sin ninguna vergüenza y con plena seguridad en mí misma, me subí y canté.

Posteriormente, recuerdo que tenía siete años aproximadamente cuando de forma muy consciente decidí que iba a dedicar mi vida a la música. Recuerdo claramente que estaba en el patio de la casa una de esas tardes en que mi voz interna era mi única compañía.

Desde entonces me esforcé por participar en festivales de la canción en el colegio donde estudiaba. Era una emoción que recorría todo mi cuerpo y cantar era como volar, como viajar hacia otros mundos, sentir que un torrente de energía me inundaba y salía en forma de sonido a través de mí.

A los 7 años compuse mi primera canción para uno de estos festivales, se llamaba “Quiero crecer y vivir”.

Insistí entonces en recibir clases de canto y mi madre me apoyó. Vengo de una familia donde la música siempre estaba presente. Mi papá aunque era médico, siempre tuvo una profunda veta artística que se manifestaba en composición de canciones y la interpretación de instrumentos como el órgano, la guitarra, la mandolina.  

Mi madre también tocaba una especie de teclado que llamaba philicorda. No sé si fue la influencia de esos momentos de la primera infancia los que me encaminaron hacia el arte o si de verdad existe una fuerza enorme que elige a quienes quiere que sean su canal. Lo cierto es que la música desde que soy niña ha gritado muy fuerte dentro mío y cada vez que por alguna razón me he alejado un poco, el grito es algo ensordecedor hasta que vuelvo al camino de serme fiel a mí misma.

A los 13 años conocí a un amigo entrañable, Leonel García. El es tío de una compañera de colegio, quien me lo presentó. Tenía un estudio de grabación, que me pareció fascinante. En este estudio di mis primeros pasos en la grabación de jingles para anuncios publicitarios. Me parecía increíble el olor del estudio, los aparatos, la cabina, sentir cómo se oía la música a través de los audífonos, mi voz amplificada en el micrófono.

Leonel me dejó huellas indelebles, siempre me decía “¡Magda, arriba. Siempre hay que mantener los 10,000 wats de potencia! Gracias a él empecé a conocer otros productores, músicos, cantantes con quienes trabajábamos en la grabación de los jingles.

También descubrí el fantástico mundo de las armonías vocales, esa sensación fascinante de hacer un acorde con otros seres humanos, el sentirme arropada por voces que forman un color único. Esa sensación de sostener una nota acompañada por otras más que generan colores y armónicos en un momento irrepetible.

Seguí trabajando con Leonel y cuando tenía 16 años ya tenía suficientes canciones compuestas para hacer un proyecto, así que nació el sueño de grabar. Eso me emocionaba mucho y fue Roberto Estrada quien hizo los arreglos de ese primer proyecto, plasmado en un cassette. 

Recuerdo que para poder tener el dinero para hacer el proyecto, vendí a mis compañeras de colegio el cassette antes de tenerlo,  hice una lista de quienes me lo habían comprado para luego entregárselos.

También hice colecta en mi familia y…  ¡lo logré! Debo reconocer que el precio que cobraron tanto Roberto por los arreglos como Leonel por el estudio fue totalmente simbólico, pero a los 16 años para mí era una fortuna y luché por conseguirlo.

A partir de ese momento empecé a abrirme camino. Conocí otros estudios de grabación como Audiotrack, de Jorge Estrada. Al pasar unos años, ese estudio se volvió nuestra casa.

Pasábamos mucho tiempo allí y formamos una familia con Jorge y otros cantantes como Nelson Leal, Estuardo Meza, Noris Barrios, Gloria Cáceres entre otros. También conocí a los miembros de Alux Nahual, quienes fueron una importante influencia, sobre todo mi entrañable compañero de sueños: Lenín Fernández.

Recuerdo exactamente el día que conocí a Lenín. Llegué corriendo a una entrevista de televisión para promover uno de mis primeros conciertos.

La entrevista fue en un parque de diversiones. Cuando terminó la entrevista, les quise obsequiar entradas para mi concierto a los Aluxes. Lenín no la aceptó. Me dijo que iba a pagármela porque era mi trabajo y que para salir avante, tenía que cobrar la entrada. Este gesto jamás se me olvidó.

6 años después de grabar mis primeras canciones, produje mi primer disco, Jardín Interior. Fue la entrada profesional a la música y tuve la oportunidad de compartir esta producción con Fernando Scheel que hizo los arreglos del disco.

Empezó una aventura con varias presentaciones, reconocimientos que me dieron fuerza para continuar el camino, amigos y amigas músicos, bailarinas que se unieron al proyecto. Lenin desde ese entonces fue parte fundamental en mi carrera, pero también como un ser humano que siempre acompañó mi vuelo.

Empezaron los conciertos, las giras de medios, también el diseño de mi imagen. Era todo muy bien planeado y mucha gente a mi alrededor. De pronto empecé a sentir que no llegaba a donde quería, a esa conexión de alma con la gente. En ese momento, Paulo Alvarado fue un maestro muy importante para mí.

Le comenté eso que sentía y me dijo: ¿Y por qué no desvestís las canciones y quitamos todo lo que las rodea, tanto montaje y las dejamos en su mínima expresión? Fue así que iniciamos un concepto al que llamamos “La Canción Desnuda”.

La idea era hacer conciertos sólo con voz y piano o guitarra, generar un programa que fuera un viaje a través de las emociones y que las canciones se sostuvieran por sí mismas, sin necesitar tanto adorno o montaje.

Esta serie de conciertos fueron un gran aprendizaje para mí y dieron pie a los siguientes pasos de los que nació mi segundo disco: Angeles de Barro, que se creó en un concepto acústico basado principalmente en los arreglos de guitarra que hizo un músico maravilloso: Manuel García.

Luego de producir Angeles de Barro, tuve la oportunidad de hacer algo que había anhelado mucho: irme a México. Esto fue un gran paso en múltiples dimensiones porque por una parte, crecí en una familia que a pesar de tener el arte como elemento importante, era muy conservadora, especialmente mi papá. Ya tenía varios años de querer ir a México pero él me lo prohibió.

Me dijo que no podía irme por ser mujer. Así que tuve que vencer el temor y a escondidas hice todos los preparativos. Muerta de miedo un día le dije que iba a irme por tres meses a recibir un curso de canto. Emprendí el viaje que duró al final cuatro años y medio.

En México conocí personas maravillosas, amigos y amigas entrañables con quienes seguimos manteniendo lazos fuertes. Conocí también diversas caras de la moneda en la industria de la música. Por una parte, un personaje de una de las grandes televisoras que dirigía una división en este ramo.

Empecé a trabajar algunas sesiones de grabación con él y también juntas de trabajo, cuando de pronto uno de sus compañeros me dijo: “voy a ser sincero contigo, para llegar “hay que darlas”, solo tienes que ser lo suficientemente inteligente para saber cuándo y con quién”.

Ya había escuchado historias sobre abusos y los favores sexuales que las personas que querían ingresar al medio tenían que pagar como precio por “la fama”. Hubo un momento en el que encaré a esta persona y me dijo que estaba sorprendido de que yo me rehusara, que yo parecía Blanca Nieves y que lo entendía porque yo venía de Guatemala, que según él, no dejaba de ser provincia.

Yo le respondí que nadie iba a obligarme a hacer algo que retara mi decisión y mi libertad. Me percaté con asombro cómo eran las relaciones de poder en ese espacio, era casi un entrenamiento militar donde la individualidad quedaba de lado, sólo se tenían que acatar órdenes, era como crear robots que respondieran a las necesidades del mercado.

Todo se derrumbó un día en el que estábamos en un estudio de grabación en la cabina y por instinto me alejé de ese individuo. Se enfureció y me gritó “¡¡No te va a pasar nada si alguien se te acerca coño!!” Yo le respondí que en mi país había micrófonos multidireccionales que quizá no existían en el suyo y que no tenía nada de qué calmarme, que se viera a él como actuaba y que pensara quién era el que tenía que calmarse.

Jamás volví a ese sitio.

Decidí que jamás iba a convertirme en marioneta de nadie, que no iba a someterme a esos juegos de dominación y que aunque quizá iba a ser más difícil, iba a optar por un camino artístico donde mi libertad, mi paz y mi ser ocuparían siempre el primer plano.

En la estancia en México me di cuenta de muchas dinámicas que se dan alrededor de la industria del espectáculo. Algo impresionante fue enterarme que incluso habían madres que llevaban a sus hijas con productores musicales con la plena consciencia de lo que podía pasar y de los riesgos que enfrentaban.

Es increíble cómo hay ciertas ideas que pueden cegar a las personas a tal punto de sacrificar su dignidad a cambio de un poco de fama.

Afortunadamente tuve también la oportunidad de conocer artistas, músicos, productores en México que estaban luchando en contracorriente de este monstruo de la industria para mantener tanto su integridad como su libertad creativa. Gracias a Jorge Fratta, un gran músico guatemalteco radicado en México, conocí a Rafael González, integrante del grupo Botellita de Jerez, quien dirigía un sello discográfico independiente: Discos Antídoto.

Se llama así porque precisamente tenía el objetivo de ser un antídoto ante el veneno de las grandes empresas que pretenden convertir a las y los artistas en simples productos de mercado, obligándoles a obedecer reglas sobre cómo componer, qué cantar, cómo vestir, qué decir, en fin, restringiendo al máximo su libertad de expresión en pos de ser un objeto que se compra y se vende.

Junto a ellos, había un gran movimiento de música independiente que formaban músicos como Rita Guerrero del grupo Santa Sabina, Tere Estrada, Laura Abitia, muchos artistas quienes tenían la disposición de abrir nuevos caminos. Tuve el gran regalo de producir bajo este sello independiente mi tercer disco: “Tejedora de Sueños”, que marcó una inflexión en el trabajo que hasta ese momento había creado y entré a explorar el género llamado “Etno fusión”.

También en mi estancia en México por sincronicidades del destino conocí a personas que vivían un auténtico compromiso con la cosmovisión mexica.  Este profundo encuentro fue un pilar muy importante, confluyeron las búsquedas de vida con un nuevo giro en la música, también fortalecido por las enseñanzas de dos maravillosas mujeres kakchiqueles que formaron mi infancia.

La estancia en México dejó hondas huellas en mi vida y también grandes amigos y amigas con quienes los lazos se mantienen fuertes. Descubrí  la calidez de sus legados ancestrales presentes en las expresiones del lenguaje, las calles, las danzas, los colores, la comida, las formas antiguas de cosmovisiones que se mezclan con el bullicio de una ciudad apabullante pero profundamente hermosa.

Con esta nueva música, muchas puertas se abrieron para mí tanto a nivel nacional como internacional, también otras se cerraron. Había personas que me preguntaban que ¿cuándo iba a volver a hacer música “normal”? Esto me dio mucha risa. ¿Qué significa eso de “música normal”?

Hubo otras reacciones que se cuestionaban cómo alguien como yo que no tiene el fenotipo indígena, estaba haciendo música inspirada en las cosmovisiones ancestrales. Curiosamente este tipo de comentarios jamás vino de hombres o mujeres mayas. Al contrario, he tenido un hermoso respaldo de Ajkijab’ (Guías Espiriuales Mayas) que siempre me han dado fuerza, luz, fe y ánimo para seguir adelante. Este tipo de comentarios vinieron de personas mestizas que quizá aún están buscando su propia identidad.

Hubo alguien que dijo refiriéndose a mí (a mis espaldas, claro) que cómo una burguesa como yo estaba apropiándose de lo que no le pertenece. El tema me tocó profundamente y fui con una Abuela Kakchiquel a preguntarle si yo realmente estaba entrando a un terreno que no me correspondía.

Ella me dio una respuesta que guardo profundamente en mi corazón. Me dijo: recuérdate que en la Ceremonia están presentes los cuatro colores del maíz que representan a todos los humanos.

La Espiritualidad es en esencia incluyente. Nosotros no vemos el color de tu piel, vemos la intención de tu corazón.

Esas palabras de la Abuela me llenaron profundamente.  Si bien, Guatemala tiene razones históricas, heridas que aún están vivas, cegueras dogmáticas, discriminación, también es necesario crear puentes de encuentro y acercamiento. Me parece urgente reconocernos y encontrar la riqueza en la mirada de lo diverso. Me parece urgente abrir caminos para sanar.

Me pareció hermoso que mi música empezara a usarse para grupos de mujeres que buscan sanar. Cada vez que estas noticias vienen a mí, son como un bálsamo, una confirmación del sentido profundo de mis búsquedas.

La maternidad marcó para mí un antes y un después. El nacimiento de Lluvia me hizo replegar algunos espacios y amplificar otros. Sentí que hasta mi voz se transformó y se volvió un poco más grave, más profunda.  Con ella también nació nueva música para celebrar la vida.

Ha continuado el camino con sus luces y sus sombras. La música me ha permitido viajar por experiencias y países que solo ella podría haberme permitido vivir. Me ha dado las más grandes alegrías y también túneles oscuros que atravesar.

Ha sido mi motor de vida y el vínculo con otros y otras artistas con quienes compartimos el camino y los sueños.

Hoy deseo agrandar los puentes, fusionar los lenguajes y los ritmos del mundo para crear espacios de encuentro verdadero.

Estoy convencida que la música es una luz en lo oscuro, un poderoso instrumento, una semilla que genera y defiende la vida. Por eso me interesa profundizar cada vez más en la música como vía para sanarnos, encontrarnos y descubrirnos en la esencia de nuestras almas… Allí seguiré, ese es mi camino…