Fue un día de 2018 cuando Patricia Orantes me comentó que tenía la idea de hacer “micro teatros”. Me pareció algo fascinante y le dije que yo con mucho gusto me apuntaba. Había tenido la experiencia de hacer teatro en Guatemala y México, la mayoría obras musicales o de teatro infantil, pero me parecía impresionante y admiro mucho la profundidad con la que Paty dirige sus obras.

En el 2017 tuve la oportunidad de estar presente en la creación de la obra “Hambre y Tierra” y descubrí  todo un universo, la base y las raíces que sostienen la obra de teatro. Todo un trabajo de hilar fino, de construir tanto a los personajes, su historia de vida, como sus objetivos, lo que persigue al decir sus parlamentos, sus intenciones, toda la emocionalidad que conllevan, la diversidad de matices, sus conflictos, sus urgencias, una amplia gama de aspectos que le permiten a los actores y actrices encarnar otros mundos, otras vidas.

Paty me guio para explorar la memoria, la historia de las mujeres de mi familia y con ellas, la historia más amplia de miles de mujeres que han enfrentado procesos de lucha por hacer consciente las múltiples manifestaciones de violencia y dentro de ellas, unas de las más peligrosas porque son sutiles, aparentemente inexistentes, pero van cegando la vida poco a poco: las llamadas “micro violencias”.

No estoy de acuerdo con que se llamen así, pareciera que el decir que son “micro” las vuelve pequeñas, pero son tan fuertes como las violencias evidentes porque matan igual. Son la gota diaria de subestimación y aislamiento, las estrategias que socavan el alma hasta lo más hondo, generadoras de muerte.

Dentro de las mujeres que me antecedieron encontré grandes esfuerzos por la defensa de su autonomía como personas, por lograr desarrollar carreras profesionales en un momento histórico en que esto no era común para sus congéneres. También enfrentar procesos de migración causados por la segunda guerra mundial, su lucha por construir espacios de libertad a pesar de las limitaciones incluso físicas.

Me pareció impresionante cómo al adoptar la postura corporal de cada personaje, su gesto emocional y psicológico, afloraron en mí memorias, imágenes de mi relación con ellas que no tenía conscientes. No cabe duda que en el cuerpo está grabada la historia.

También algo muy hermoso fue ir bordando retazos de los recuerdos, de los relatos que me habían contado miembros de mi familia, las fotos, las imágenes, sensaciones y de ese material llenar vacíos a partir del proceso creativo que permitieran construir la voz de los personajes que aparecen en la obra. Imaginar cómo habrían sido algunos de los momentos importantes de los que no tenía conocimiento.

Magda Angélica y Paty Orantes

No sé por qué razón, algo me llevó a querer hacer algo autobiográfico.

Tenía la necesidad de hacerlo. Paty me preguntó varias veces si estaba realmente decidida a hacer eso porque es exponer algo de lo más íntimo, no solo de mi propia historia sino de quienes me anteceden, sobre todo, mujeres que marcaron profundas huellas en mi vida.

No pude hacer ficción, necesitaba hilvanar esos retazos de mi historia, entrar en el cuerpo y el espíritu de esas mujeres, sus sueños, sus luchas, sus formas de entender la vida, sus actos resilientes y su legado. Necesitaba encontrar su fuerza en mis células, su  magia, su capacidad para reconstruir sus alas quebradas.

Empecé entonces bajo la guía de Paty a hacer improvisaciones en escena y de allí nacieron los textos. Redacté cartas, ahondé en las características psicológicas, físicas y emocionales de ellas. Fue hermoso construir la corporalidad de mi abuela que migró de Alemania, de la tía Marina, una de las primeras mujeres profesionales en Guatemala y con quien compartí toda mi vida hasta que dejé la casa paterna.

También de la tía Consuelo, ella salió a luz  como por casualidad, porque murió cuando yo tenía un año de edad.  Seguramente ella con su dulzura, marcó mi subconsciente y a través de esta obra quería hablarme.

He descubierto en el teatro un espacio muy profundo, que permite ahondar en la esencia humana, sus matices, los caminos entre la luz y la sombra. También  he aprendido que es una fuente de creación de memoria histórica y que solamente teniendo consciencia de quienes nos han antecedido, podemos comprender quiénes somos, recobrar la fuerza y también romper las cadenas del dolor para que las siguientes generaciones crezcan más libres.

Para eso sirve el pasado: para transitarlo, sentirlo y trascenderlo. Para que sea un trampolín que impulse un mejor futuro.

Dedico “La Casa” con amor a Patricia Orantes quien me abrió la puerta de este hermoso camino. También a las ancestras que viajan en mis células. Tomo su fuerza, suelto los pesos y sigo mi vuelo…