Hay ocasiones en que nos han arrancado de un lugar al que amábamos o de pronto tenemos una pérdida inesperada. Eso trastoca todo nuestro ser, quizá hasta nuestro cuerpo se modifique, hasta las conexiones neuronales se rompan y para que otras nuevas puedan nacer.

Es el momento exacto en el que luchamos por sobrevivir y en ese mismo proceso, quedan grabadas imágenes de los lugares en los que estuvimos, de los olores, la temperatura, las personas, algún detalle aparentemente imperceptible, pero en el que nos concentramos de manera intensa, justamente para aferrarnos a la vida.

Al pasar la crisis, elaboramos las memorias de lo sucedido. Lo maravilloso del ser humano es que la memoria también es un recurso para sobrevivir y por ello es fragmentaria.

Mantenemos presentes ciertos hechos de manera selectiva y creamos una narrativa, una historia sobre ellos.

No necesariamente todos los hechos fueron reales, sino que nuestra mente los trabaja para darles significado, un sentido. También en  nuestras memorias buscamos atesorar aquello que nos dio fuerza para seguir adelante y transmitirlo a las nuevas generaciones.

Por otra parte, buscamos justificar o racionalizar las acciones que nos avergüenzan, aquellas que la sociedad censura. Incluso, hay momentos tan fuertes que nos han dañado a tal punto que nuestro cerebro borra el recuerdo por completo.

Boris Cyrulnik, un autor que ha investigado la relación entre arte y resiliencia, profundizó en la importancia del relato. Dice que los seres humanos creamos identidades narrativas que de alguna forma nos ayudan a entender nuestro proceso de vida. A esto le llama “historizarse”.

Este es un elemento fundamental para sanarnos de los traumas o problemas fuertes que hemos vivido. Hay cambios que se dan por etapas, y otros muy fuertes que ocurren por lo que llama Cyrulnik una “mutación”. Este es un cambio abrupto parecido a una muerte, la vivencia de un accidente, de un desastre natural donde se pierde la casa y los lugares que son familiares.

Cyrulnik dice que es importante entonces volver a esos lugares que significaron tanto, incluso cuando las construcciones ya no estén allí, aunque los sitios hayan cambiado de uso. El hecho de llevar el cuerpo a esos territorios es sanador porque le confirma a la mente que lo que recuerda fue real. También el hecho de volver a los lugares permite cerrar ciclos y ordenar nuestras memorias.

Curiosamente, el autor identificó en sus investigaciones que muchos artistas, especialmente escritores y escritoras, han vivido fuertes crisis en su vida y el hecho de crear relatos les ayudó a superarlos.

Claro, esto no quiere decir que para ser artista forzosamente haya que sufrir. El hallazgo importante de estas investigaciones fue encontrar cómo el arte y la creación artística son elementos profundamente sanadores.

Otro punto relevante es que la memoria no solo está almacenada en la mente. El cuerpo es como un gran “CPU” donde quedan guardados profundos recuerdos. También el sabor, las sensaciones en la piel, los movimientos, el baile, las posturas corporales, todo nuestro ser guarda la historia no solo personal sino de quienes nos anteceden.

La memoria es el tejido de un conjunto de retazos, silencios, vacíos, palabras, sensaciones, tránsitos, territorios…

No se trata de vivir en el pasado, se trata de tomarnos un tiempo para ir bordando, tejiendo esos retazos, respetando los silencios, dejando vibrar los sonidos para saber quiénes somos, quiénes queremos ser, cómo generar alas para nuestro presente y futuro…