La vida es un escenario. Todos los seres humanos somos actores y actrices en este, en donde nos ponemos distintas máscaras según los roles que nos toque vivir. Nos vestimos con  la máscara de ser hijos, hijas, madres, padres, amigos, etc. Eso no quiere decir actuar con hipocresía, sino simplemente asumir  el papel que nos toca desempeñar en cada momento. ¡Vivimos múltiples roles en el día a día!

Esto lo decía el sociólogo y escritor Ervin Goffman desde su planteamiento de la teoría de la dramaturgia. Esto siempre me ha parecido fascinante porque  tomar la vida como un escenario implica la decisión de participar en él junto a quienes encontramos en el camino.

Es un juego, con reglas claras dentro del cual también se definen las alegrías, tristezas, desesperación, sufrimiento, fe, esperanza, relaciones de poder…

Me llamó la atención la idea de las máscaras y lo relacioné con el uso del maquillaje. Nunca le he dado demasiada importancia, salvo en ocasiones especiales; pero me llamaba la atención lo vital que este ritual se vuelve para determinadas personas, incluso dentro de los códigos laborales. Claro, para las mujeres.

Me parece muy gracioso recordar que hace unos años producía un programa de radio para una organización. Tenía que llegar a las oficinas y me daba mucha risa que de forma sutil se acercaban a mí otras mujeres diciendo: “qué tal si te pusieras un poquito de chapitas, de rímel, te verías más bonita. ¿Por qué no te pones un poquito de maquillaje?” ¡Cómo si alguien me fuera a ver a través de la radio!

Confieso que siempre he preferido dormir un poco más que levantarme al ritual de plancharme el cabello (me encantan mis colochos, chinos, rulos o como se quieran llamar), ponerme el maquillaje, para salir “perfecta” a la calle. Quizá le hago honores al amarillo y al dicho de…. “quien amarillo se viste, a su belleza se atiene”…

También todo esto me hizo pensar en la razón de la insistencia. Es cierto que el maquillaje en determinado momento nos hace un guiño a la auto estima, a vernos más arregladas, a jugar. Sí, lo veo como un juego en el que nos podemos divertir un rato. Lo extraño llega cuando dependemos de él y ya no podemos ir ni a la esquina si no es “aunque sea con un poco de rímel y rubor”. Cuando se convierte en algo que oculta lo que rechazamos de nosotras.

¡Qué rico verse al espejo y salir a la calle con la cara lavada! Es un signo de libertad.

Por otra parte, me hace pensar en qué más maquillamos, todos, todas. Maquillamos la vergüenza, el auto rechazo. Maquillamos el dolor, maquilllamos las mentiras… Maquillamos las líneas de expresión, ocultamos las canas en un intento de aferrarnos a la juventud.

¿Qué pasa si un día nos quitamos la máscara y salimos al mundo un día con el alma libre?

Así nació “Sin Maquillaje”. Es un homenaje a esas cicatrices, a las líneas de expresión, a la libertad. Esta canción está relacionada con el aceite esencial de lavanda, que es una flor color lila, el color de la transformación. Es también una flor sutil, sencilla, profundamente bella.  Es símbolo de renacimiento, su nombre viene del latín “lavare”… lavar… ¡Qué buena metáfora para sacarnos de encima el maquillaje interior y exterior!

Este aceite favorece el volver a nosotros y nosotras mismos, a la consciencia de la necesidad del auto cuidado. Generalmente como decía Simone de Beauvoir, sobre todo las mujeres, hemos sido educadas en la idea de “ser para los demás” y no “para nosotras mismas”. Es decir, cuidar a los otros, estar pendientes de quienes nos rodean, del trabajo, de todo lo externo. El aceite esencial de lavanda y su aroma nos ayuda a recuperar el camino de vuelta a nuestro interior.

Es como si necesitáramos por un momento soltar el equipaje, caminar  con los pies descalzos, limpiarnos el maquillaje por dentro y por fuera…  Quitarnos las cargas innecesarias, y caminar sin cubrir lo que somos, amar nuestras marcas en la piel, que son nuestra historia.