Era diciembre. Algo me hizo ver a las estrellas y decirle “si quieres venir eres bienvenida ahora porque luego ya no te voy a invitar”.  Creo que me escuchó de inmediato o quizá lo que percibí fue el mensaje de que ella me había elegido. Semanas más tarde supe que ya nadaba en mi vientre.

Fue un tiempo de grandes cambios, múltiples torbellinos hasta que en una noche de luna llena anunció que finalmente quería conocer el mundo. Nació en la mañana en que se reconectan las redes, se desatan los nudos y se afianzan los tejidos. En una telaraña fuerte venía envuelta Lluvia Luna.

Sus enormes ojos de un tono gris misterioso como el color del tiempo, me hacían recordar aquellos años en que yo era niña, la felicidad de saltar en los charcos, su sonido, la música de la lluvia. Esas tardes en que el patio se inundaba y sacaba mi barquito de baterías para que diera vueltas en el agua estancada. Tantas veces en que esperaba a mi mamá volver del trabajo para ir a pasear juntas y encontrarnos con la Mutti para comer un helado.

Esa niña que soñaba con que su voz se escuchara en toooda la sala, que encontraba cantando una forma de volar…

Cuando Lluvia dio sus primeros pasos me llevó a encontrarme con mi niña, esa pequeña inquieta que encontraba siempre la forma de mantener su alegría, su magia; que se veía vulnerable pero hasta la fecha me ha dado la fuerza para respirar, para creer, para hacer música.

Esa pequeña estaba escondidita en un rincón hasta que Lluvia me llevó de la  mano a re encontrarla. Es curioso que mi hija haya sido el espejo que me mostrara el camino hacia mi propia niña interna. Y es que siempre tenemos a esa pequeña o a ese pequeño dentro de nosotros mismos, buscando ser escuchados y son nuestra fuente de luz, de asombro ante el mundo, la vía para recuperar la inocencia.

A partir de ese momento, busqué formas de encontrar a mi niña, hablarle para que sintiera confianza de que por fin iba a escucharla, hacerla sentir segura, jugar con ella.

Años atrás, por las sincronicidades del destino, había tomado un taller diseñado por Julia Cameron, una cineasta inglesa que desarrolló un proceso de fortalecimiento creativo llamado “El Sendero del Artista”. Justamente ese taller propone una parte medular que es el contacto con el niño o la niña internos. Llama a esto “llenar el pozo”. Me gusta mucho la metáfora del pozo y el significado que da el contactar con nuestra parte más luminosa para poder llenarlo.

Este concepto de “el pozo” también ha sido referido por otros autores como Carlos Cabarrús y su forma de conceptualizarlo tiene mucha relación a lo que propone Cameron. Cabarrús dice que el pozo es nuestra fuente, nuestro manantial. Es nuestra esencia profunda, que podemos contactar cuando necesitamos fortaleza, amor por la vida, sabiduría. 

El dice que los seres humanos llevamos dentro una profunda herida, un dolor  muy hondo y que si lo abrazamos, si lo hacemos consciente, el veneno puede convertirse en nuestro pozo, en el manantial. Creo que parte muy importante de ese manantial es ese niño o niña internos, esa voz de esperanza que aún se asombra con descubrir el mundo, con capacidad de no tomar las cosas tan en serio, pero sí de jugar en serio…

Ese ser que disfruta de lo pequeño, que es espontáneo, que está más allá de los dogmas absurdos que  nos imponemos en la adultez.

Cameron propone una serie de estrategias divertidas para contactar de nuevo con esa dimensión de la infancia que permanece viva aun cuando pasen los años. Generalmente nos olvidamos de ella y nos convertimos en seres rígidos y sombríos.  Le llama “la cita con el artista”. No está diseñada solo para artistas sino para toda persona que desee hacer contacto con su pozo creativo.

Una hora a la semana, haces una cita con tu niño o tu niña interna. Eso sí, a solas. Esa cita está totalmente dedicada a ese pequeño ser dentro tuyo que quiere divertirse, jugar, descubrir nuevas cosas. No se vale el uso del celular, ni hacer actividades que parezcan inteligentes, ni de esfuerzos intelectuales. Se trata solo de amarte a ti mismo, a ti misma.

Por ejemplo: comerte el helado de fresa que tanto te gustaba en la infancia, atreverte un día a mojarte en la lluvia y saltar los charcos, hacer figuritas de plastilina, ir a la tienda y comprarte esos crayones de hermosos colores que tanto te gustaban y dedicarte una hora a dibujar. Pintar con las manos o con los pies en una superficie donde siempre te dijeron que no podías hacerlo.

Una vez, conseguí platos de barro y me fui a la terraza de la casa de mi abuela a romperlos. ¡Fue tan gratificante y liberador!  Otra vez compré un gusano de trapo y lo puse en el retrovisor de mi carro para recordarme siempre conversar con mi niña interna. ¿Qué te parece si haces el intento? Te aseguro que será un hermoso encuentro con alguien que llevas dentro y que te ama incondicionalmente, es más, alguien que te ayuda a vivir y a seguir teniendo esperanza.

De todas estas cosas nació la canción Niña, así, como jugando. A veces pienso que las canciones son seres vivos que piden cómo quieren venir a este plano. Esta canción quiso venir danzando con un ritmo de calipso, con una gran alegría, con ganas de vivir.

Para el contacto con el niño o la niña internos, los aceites esenciales de jazmín y mandarina son los indicados. La esencia del jazmín, ayuda a levantar el ánimo, a fortalecer la auto confianza,  el valor propio y a elevar el espíritu. Apoya en la superación del miedo y abre los caminos de la creatividad, la expresión artística y el contacto con la intuición. El aceite de mandarina, justamente despierta el contacto con el niño o la niña internos, envía mensajes de alegría, aleja la tristeza, brinda inspiración y fortaleza.

¿Qué tal si en tu primera cita te comes una hermosa y gran mandarina, disfrutas su aroma y sus colores? Me encantaría si haces tu cita con tu niño o tu niña, puedas comentar acá cómo te fue. ¡Deseo que la disfrutes mucho!